Lionel Messi

Juzgar a Messi porque no ganó un mundial es como creer que Borges o Cortázar son malos escritores porque no ganaron un Nobel de literatura. Para la mediocridad, un prestigioso torneo de siete partidos determina la carrera de un tipo que estuvo más de quince años en el nivel más excelso que se conoce desde que alguien apoyó una esfera de cuero llena de aire sobre un pasto bien cortado.

Harto conocido es el debate sobre el exitismo en el deporte y en general los críticos del rendimiento, que muchas veces se dedican al periodismo deportivo, erigen su carrera sobre la premisa del triunfo como única variable para valorar a un atleta, descartando desde la competitividad hasta la belleza, que al fin y al cabo es lo mas importante: las cosas que ocurren en el medio mientras veintidós tipos aspiran a un resultado durante noventa minutos.

Miroslave Klose es el máximo goleador de la historia de los mundiales. Tuvo la suerte de ingresar y decorar un siete a uno sobre un Brasil humillado en su casa para encima refregarle el récord Ronaldo Nazario. Con el criterio de la mediocridad, Klose es más que Messi, no solo por ser máximo artillero del torneo de los siete partidos sino por ser campeón del mundo. Klose si bien tuvo una carrera digna a nivel clubes, pasó sin demasiada gloria por el resto de lo que se conoce por el mundo fútbol, ese que se juega a diario en cualquier rincón del planeta y no sólo cada cuatro años.

Algún ignoto suplente de los Chicago Bulls de la década del noventa tiene más anillos de la NBA que tipos como Karl Malone, Allen Iverson o Steve Nash que se retiraron sin haber conseguido ninguno. Respirar al lado de Michael Jordan fue más efectivo que transpirar temporada tras temporada en todos los estados americanos. La gloria es una excepción a la regla en las carreras deportivas. La gloria es la zanahoria de un camino de grandes momentos, pero la constante es la derrota.

En los torneos largos, esos donde el azar tiene menos incidencia, Messi es el mejor, ganó casi todas las ligas que jugó. Las ganó en un equipo grande que en realidad es más grande por su culpa y no al revés.

Yo siempre jugué al fútbol-sala de forma bastante insustancial, no era un desastre pero tampoco una maravilla. Recuerdo que una vez cayó un pibe muy habilidoso del cual me advirtieron: “mirá que este juega en la tercera de Ferro”. La suerte quiso que el pibe juegue para mi equipo aquel día. Esa tarde la descosí. Jugué como nunca, la clavaba en un ángulo y me daba vuelta sin festejar como si lo hiciera todos los fines de semana o hacia pases entrelíneas reclamando alguna mala resolución de mis compañeros. Y yo creo que algo en mi cabeza pasó para que eso ocurriera. El pibe nos hizo brillar, y estuvimos a la altura como buenos satélites. Eso pasa con los cracks, hacen mejores a los demás. Sin subestimar al grandísimo jugador que es Xavi Hernández, su carrera deportiva cuenta con 25 títulos en Barcelona, 23 los consiguió al lado de Lionel, y Xavi venía jugando hacía rato en el Barcelona. Durante años, el argumento sobre el rendimiento de Messi en Barcelona con respecto al de la selección Argentina estuvo supeditado a la idea de que era brillante por quienes lo rodeaban, dándole más créditos a sus satélites que a su propio brillo. Ni siquiera cuando cambiaron los actores de reparto podían reconocerlo, primero fueron Iniesta y Xavi, luego Suárez y Neymar.

Que Messi sea el máximo goleador de la selección argentina es un detalle menor al juicio de los no futboleros. Mourinho dio en el clavo durante una conferencia de prensa cuando dijo que cualquier equipo puede ganar la Champions si tiene a Messi en sus filas.

Otra de las pavadas que le achacan a Messi es su falta de liderazgo. Característica criticada incluso por Maradona, quien tuvo más suerte junto a Valdano y Burruchaga que Lionel junto a Palacio e Higuaín en el torneo de los siete partidos. Torneo que Diego ganó junto a una línea de cuatro local que entrenaba todos los días. Torneo que se jugó en un contexto de hiperinflación en Argentina, otorgándole la única alegría posible a un pueblo futbolero que vio también con ojos épicos como Maradona transformaba en conitos al equipo cuyo país había librado una guerra cuatro años atrás con Argentina. Ni hablar de que la suerte quiso que Gareca en 1985 le de el pasaporte a México con un agónico gol a Perú. El componente de azar que tiene la gloria se suele subestimar.

Pensar que un futbolista es menos talentoso por la supuesta ausencia de un tipo de liderazgo  es ver al fútbol desde una sola perspectiva. No lo digo por Diego al que prefiero atribuir a su pasión sus reduccionismos verborrágicos.

Esa perspectiva sudamericana de entender al fútbol como un deporte que se juega con “huevo” mas que con inteligencia siempre me pareció idiota. Con huevo se hace la tortilla. Recuerdo una conferencia de prensa en 2006 en la que le preguntaron a Tévez cómo se le ganaba a Alemania. Carlos respondió “con huevo”. Nunca vi correr tanto en vano a un futbolista como el día posterior a esa declaración en la que Alemania eliminó con inteligencia a la Argentina del dieciochoañero Messi que la vio desde el banco.

No solo es erróneo pensar que Messi no es un líder, también es ridículo.

Messi se va a retirar en unos años y cuando se haga el recuento estadístico de su carrera va a ser de una verdadera locura. Que un tipo con características de enganche habilidoso, generador de juego, tenga mas goles que los grandes goleadores históricos es algo que no se ha visto nunca. O sos Johan Cruyff o sos Van Basten; o sos Maradona o sos Batistuta, pero las dos cosas juntas durante más de diez años es algo de no creer. Y cuando se haga el recuento de la belleza de su juego por sobre la estadística, también va a ser una cosa de locos. Sin dudas la persona más efectiva que he visto, dejando a gente en el camino con un simple control, con una economía de recursos que envidiaría cualquier brasileño.

La historia esperará que gane un premio Nobel, a los que nos gusta el fútbol, que nos llene de poesía el tiempo que sea.