Mi bisabuela y el Iphone

Yo no sé hacer una suma básica, ni tampoco multiplicar. Sé un poco su lógica, claro, pero desde que a mediados de siglo XX se inventó la calculadora esa información la tengo afuera de mi mente. Sin esa ventaja por ejemplo no hubiera podido reclamar una deuda a algún cliente con velocidad y en el momento.

Antes de la imprenta quienes ayudaban a sobrevivir información eran los trovadores, que habían descubierto la rima para retener en la memoria historias que iban contando de pueblo en pueblo. Con ellos se morían no solo sus vidas sino la vida de los protagonistas de sus versos. Algún memorioso retendría la información por alguna generación más.

Cómo me gustaría viajar sólo tres generaciones para escribir la innumerable cantidad de frases que me cuentan que decía mi bisabuela Manuela, que no sabía leer ni escribir. Mi bisabuela nació el mismo año que murió Sarmiento y murió el mismo año que nací yo. Los últimos calcetines que tejió fueron para mis pies. O sea que entre un tipo que decoró el billete de cincuenta pesos y yo, hay sólo una existencia de distancia. Eso me da una idea de la finitud de la historia y la magnitud de los cambios.

Cuando surgió la fotografía pasaron dos cosas maravillosas: por un lado pudimos inmortalizar momentos, lugares y personas para la posteridad; y por otro lado liberaron al arte de la responsabilidad de inmortalizar reyes que no le importaban a nadie. Eso fue grandioso porque el arte se diversificó y la creatividad de mediados del siglo XIX en adelante fue increíble. La humanidad quizá no nos hubiera regalado un Dalí o un Picasso sin este cambio tecnológico.

Hoy tenemos la base de datos de nuestra existencia en servidores de internet. La capacidad retórica de contar una anécdota quizá se limitará a mostrar una storie de instagram. Y no tengo una mirada negativa sobre eso. Todavía es muy pronto para juzgar lo que ocurre. Tener nuestra vida, o lo que queremos mostrar de ella, en la nube quizá nos relaje para potenciarnos en otras áreas.

Lo que no estoy del todo seguro es si los servidores actuales van a conservar nuestra vida en la nube para siempre. Desconfío un poco de lo digital por sobre lo analógico. En el Instituto Nacional de la Música se digitalizó un catálogo de unos mil quinientos discos de música argentina cuyos masters estuvieron en un galpón. En algunos casos por más de sesenta años. Hay cintas que estaban transparentes del uso y muchas afectadas por la humedad o el tiempo. Sin embargo, la mayoría suena de maravillas con los artefactos de reproducción adecuados. Es increíble que de una cinta toda enredada y transparente suene Piazzolla como si fuera hoy.

El otro día encontré un CD con datos que conservaba de una vieja Pentium que tenía. El CD tendría unos quince años, muchos menos que las cintas recuperadas por el INaMu, sin embargo un pequeño rayón de lado a lado me anuló la posibilidad de saber qué estaba haciendo con mi creatividad a principios del 2000, seguramente nada tan brillante como ese ensayo de Piazzolla de los 50s, pero mi curiosidad se transformó en un renegar de los soportes que me tocaron para conservar datos. No voy a quejarme de Phillips que seguramente cuando en los 80s sacó los CDs al mercado tenía las mejores intenciones para el progreso humano. Pero tampoco vamos a comparar esa invención con la de Gutenberg. Pasaron seis siglos y los libros todavía se siguen haciendo de papel y tinta, el CD tuvo tres décadas de auge y ya lo estoy puteando.

En el mundo del software, las webs y las aplicaciones, resultan también vertiginosos los cambios. La vida del ICQ, el MSN fue bastante corta. El siempre recordado Napster y su potencialidad de distribución de audios livianos y que enojó tanto a los muchachos de Metallica fue el inicio de una nueva revolución para la industria musical. Recuerdo como si fuera hoy a fines de los noventa cuando escribí en el pizarrón de mi escuela para mi amiga Jesica la sigla mp3 por primera vez, -acordate de esto- le dije. Algunos años después del afamado juicio de la banda de metal podemos encontrar en Spotify toda su discografía en el formato de audio que no se escucha tan bien pero que se distribuye mejor. Ya existe la tecnología para distribuir audios de mayor calidad, yo creo que al mp3 no le quedan muchos años de vida.

No estoy seguro de lo que va a ocurrir con las miles de fotos, audios, videos y textos de nuestras vidas que hoy están en los servidores de Mark Zuckerberg o Google. Por un lado no estoy seguro si van a conservar esos datos o van a correr la misma suerte que mis Cds de principio del 2000 o los mini videos de Vine que tuvieron unos años de auge y luego discontinuaron. Y por otro lado no sé bien qué quieren hacer con esos datos en el futuro. Entiendo que ahora lo usan para hacer dinero con nuestros hábitos de consumo y por el momento no nos molesta contarle al mundo qué comemos o a donde vamos con tal de obtener likes y geolocalización gratuita. Pero qué ocurrirá en algunas décadas, todavía no lo sabemos. A principios del siglo XX se hizo un censo en Europa para recabar información sobre los hábitos religiosos de la población. En su momento quizá tuvo un objetivo informativo pero años más tarde fue información que utilizó el Tercer Reich para rastrear y exterminar judíos. No soy tan partidario de las teorías conspiranoides y por eso, como decía más arriba, no podemos emitir aún un juicio de valor de esta revolución comunicacional.

El llamado “Google Effect” que supone que no retenemos información en nuestro cerebro porque la tenemos de forma accesible todo el tiempo y más aún desde la irrupción de los smartphone en 2007, fue descripto por unos sociólogos americanos de la Universidad de Columbia. Siempre hay que tomar con pinzas las notas en los diarios que arrancan con “Un estudio de la Universidad de (…) dice que (…)”. Sobre todo en torno a los comportamientos sociales que se juzgan desde la coyuntura. Básicamente la idea es que la gente usa menos su memoria y más la memoria de la nube y puede comprobarse en cómo las nuevas generaciones que crecieron con teléfonos y google maps se pierden si tienen que hacer cinco cuadras sin geolocalización. Me imagino algunos estudiosos del siglo XV juzgando los peligros de la popularización de la imprenta.

Me obsesionan los cambios tecnológicos, no tanto desde un punto de vista científico o técnico sino por su consecuencia en el comportamiento de la humanidad. Me encantaría vivir algunos siglos más para ver qué va a ocurrir en el futuro pero sobre todo me encantaría viajar al pasado y grabar con el Iphone todas las frases que decía mi bisabuela Manuela.