Merito Gracias

1998 fue un año importante en mi vida. Ese año mis padres me regalaron una PC. El mismo año que Google creó su buscador yo recibía algo que me ayudaría a determinar mi condición social. Un año después registré el dominio guitarraonline.com.ar antes de la irrupción de las redes sociales y YouTube. Tuve la página de instrumentos musicales más popular de habla hispana a principios del milenio. ¿Y todo por qué? Porque mi padre me compró esa Pentium en ese momento. Esa decisión me marcó para siempre y determinó mi economía posterior. Hoy me dedico al mundo audiovisual gracias a que a mis catorce años abrí fascinado el paintbrush con el Windows 98.

La diferencia sustancial entre mi posibilidad y la de mi vecino fue que yo tuve esa PC. Mi vecino de al lado tuvo menos suerte que yo en el reparto azaroso de oportunidades. Si mi padre en lugar de comprarme una compu hubiera estado tomando drogas todo el día yo no estaría inmerso en ningún mundo digital y en consecuencia en la población económicamente activa sino más bien reproduciendo la desigualdad. Es tan obvio esto que cuento que hasta me da vergüenza escribirlo.

Uno va naturalizando los privilegios. Vamos por el mundo normalizando el hecho de comer todos los días o de haber tenido una PC en la adolescencia. Recuerdo mi primer acercamiento a la conciencia de clase. Fue a los seis años, cuando los reyes magos me trajeron una bicicleta. Salí a andar por el barrio y me crucé con “El Moco” mi vecino con el que jugaba a la pelota en la calle todos los días. -¿Qué te trajeron los reyes?- Le pregunté. -Nada- fue su respuesta. Mi incredulidad se transformó en insistencia -¿Cómo que nada? No puede ser-. No, nada.

Yo tenia esa bicicleta basado en dos mentiras: que tres árabes doblaron por la rotonda de Pasco y me la dejaron en mi casa a cambio de agua y pasto para su medio de transporte y que existe la igualdad de oportunidades. La primera mentira la resolví creciendo, la segunda leyendo.

Ya los escucho en mi cabeza a los aplaudidores del esfuerzo individual “Gracias a que vos no fuiste un vago y aprendiste a usar el Paint pudiste progresar en la vida”. Un reduccionismo maravilloso que utiliza una pala como sinécdoque.

Todos los que piensan que con viento a favor el mérito está sólo en su barco deberían usar la retrospectiva para analizar y desnaturalizar sus privilegios. ¿Yo hice un esfuerzo o esta cuna tan linda me la compraron antes de nacer? ¡Cómo va ser algo mérito individual si hasta nos llamamos de una manera porque a otro se le ocurrió!

Un amigo me preguntó ¿Por qué si dos hermanos nacidos en el mismo contexto, con las mismas posibilidades, la misma crianza y la misma educación uno progresa y el otro no? Bueno, vamos a refutar este argumento y no caer en el duranbarbismo de mostrar un caso particular para contradecir una estadística.

Más del 90%  de la gente que nació en un contexto desfavorable muere en un contexto desfavorable por más esfuerzo que haga. Más del 90% de la gente que nació rica muere rica por más inútil que sea. Los casos particulares de progreso individual y que representan menos de ese 10% sobrante salen en los medios de conservación para darnos esperanza. La esperanza es esa zanahoria esencial que usan las personas que la pasan bien para mostrarles a los que la pasan mal que algún día estarán en su lugar. Pero lo que en realidad desean es que ni ocupen y ni se acerquen a ese lugar.

“Pepito recorre diez kilómetros por día y no come bien pero igual va a la escuela a darle clases gratis a sus alumnos”, “Mengano creó una empresa con 15 dólares y ahora cotiza en bolsa”, “Sultano vivía en la calle y se recibió de abogado”. Oka, no le quitamos méritos a Pepito, Mengano y Sultano, solamente no me lo propongan como solución para las desigualdades previas. Es como empezar a jugar un partido perdiendo 0-5 desde el arranque porque tus padres perdieron la ida. Si Mengano lo da vuelta, perfecto, pero pongámonos de acuerdo que es injusto.

La muerte de una persona es una tragedia, la muerte de un millón es una estadística, decía Stalin en el Call of Duty (no puedo chequear la veracidad de la autoría). Nos resulta menos doloroso saber que hay un treinta por ciento de pobres en el país que ver a Pedro, el hijo de Marta la empleada doméstica, revolviendo la basura.

Cualquiera podría inferir que yo conseguí hacer varias cosas por talento y esfuerzo. Ok, se los doy por válido, no hay soberbia en la autopercepción de aptitudes. Pero ese talento no hubiera servido de nada sin los estímulos y el contexto adecuados. Siempre recuerdo una vez que le preguntaron a Sorín cuál había sido el mejor diez con el que compartió equipo. Uno podría pensar que habiendo pasado Juampi por tantos clubes y tantos talentos, incluidos Riquelme, el elegido sería algún recordado futbolista. Sin embargo mencionó a un enganche desconocido que compartió equipo en su juventud y que no logró profesionalizarse por diferentes dificultades económicas. Siempre me pregunté cuántos Maradonas hay dando vueltas en los barrios populares que no logran surgir. Y esto hablando de un deporte que se puede jugar con una lata aplastada y dos prendas haciendo las veces de arco. Imaginemos un potencial programador de software con la computadora adecuada, un Picasso con los pinceles adecuados, un Paganini con el violín adecuado.

El poeta César González dice que para que una clase tenga sueños, otra le tiene que hacer la cama. Es tan hermosamente cierto esto y tan trágicamente invisible a la vez para los soñadores. Para que estén los que van a la oficina a las diez anhelando un ascenso están los que limpiaron la ciudad levantándose a las cinco.

Entre el centenar de imágenes grabadas que tengo de mi padre, recuerdo mucho dos que me marcaron. Cuando yo era niño a veces acompañaba a mi viejo a su trabajo. Él era un trabajador autónomo que realizaba instalaciones hidroneumáticas, limpieza de piletas, etc. Recuerdo que íbamos a casas que para mi eran mansiones. La fascinación que me produjo ir a una casa de familia con una sala de juegos en el quinto piso supongo que habrá sido igual a la fascinación que tenía “El moco” por mi bicicleta de los reyes magos. Y en esa casa, el primero de estos recuerdos. Con tres autos de alta gama de fondo, el dueño de la mansión negoció el precio del servicio de limpieza de la pileta. La imagen de un millonario (o lo que para mi en ese momento era un millonario) pidiéndole a un trabajador, que había llevado a su hijo al trabajo, que le “haga un precio” me revolvió el estómago. Por suerte el viejo siempre fue bueno para negociar con los chetos y nunca se dejó amedrentar.

La segunda imágen es exactamente al revés. Es de la cara de incredulidad de “Don Cadillac”, el hombre que nos cortaba el pasto, al recibir de parte del viejo un dinero que él sentía que no merecía, que le parecía mucho. Yo estaba a pocos metros y los escuché. -Nah, ¿en serio?- dijo Cadillac casi entre lágrimas. -Ud es un laburante Cadillac- dijo mi viejo. Esa complicidad entre dos trabajadores con menos distancia entre sus ingresos que con el hombre de la sala de juegos me marcó para siempre.

Algunos creen que hay cosas que no le corresponden. ¿Quién determina en esta convención de vivir en sociedad lo que le corresponde a cada uno?¿Quién armó las reglas de este gran juego de libertad de oportunidades haciendo que algunos mueran en el primer casillero y otros nazcan llegando al último? Yo a veces siento que la gente respeta al revés. El viejo me enseñó sin decírmelo qué hay que respetar más a Cadillac que a un millonario codicioso. Muchos le tienen miedo a su jefe pero maltratan a la empleada doméstica. La gente respeta más al que le da de comer que al que le limpia la mierda. Y para mi eso siempre fue al revés. La clase social en la que naciste te da un poder y en consecuencia una responsabilidad, como dijo primero Voltaire y después el tío de Peter Parker.

La meritocracia es algo que siempre me desveló. Y seguirá haciéndolo. Estoy tan convencido de que es así como la persona que piensa lo contrario. Y me fascinaría mucho que la gente cambie un poco su opinión al respecto, que se de cuenta, que la vea, que haga su deconstrucción de clase. Que no compita con el de al lado. Pero por sobre todo que no odien a “El moco” si no puede avisar a los reyes magos que le lleve una bicicleta a su hijo.