Carta a mi amigo Waldo

Cuando me dieron la noticia se me durmieron los brazos y la cara y se me cerró el pecho. Para la ciencia eso es un ataque de pánico, para mi fue mi niñez yéndose de mi cuerpo. Y digo «mi» con ese egoísmo de mierda que implica respirar sabiendo que vos ya no.

Escucho el último audio de WhatsApp una y otra vez. Me lo mandaste sólo doce horas antes de irte. El audio empieza diciendo «te acordás negro?» y termina con «que épocas!» en el medio podemos meter toda la vida del otro. Lo escucho y no puedo creer que sea el último. Nunca nadie supo tanto de mi como vos, ni yo mismo. Verte era abrir el libro de la infancia y la juventud en una página al azar porque te acordabas de todo y me recordabas todo lo que fui y lo que soy.

Nos separaba un abismo ideológico y nos unía todo lo demás. ¿A quién le importa cuál debe ser el rol del Estado cuando un tipo sabía con cuántas cucharadas me gustaba el nesquik? Si la palabra travesura en mi diccionario dice Walter y nada más que Walter. Un tipo que sangró con vos jugando al fútbol en la calle tiene la misma sangre que vos. Cuánto vale la persona a la que le contaste tu primer beso, tu primera vez, con quien tuviste la primer borrachera. Que egoísta de mierda, hablando de mi y vos no estás loco.

Si es verdad que estamos hechos de recuerdos, yo estoy hecho mierda. Y en este juego ridículo y trivial de encontrar las palabras de esta carta que te empecé a escribir a los cuatro años, te despido hermano: Te adoro con el alma y te voy a llevar conmigo a donde sea, porque estamos hechos de otros, somos lo que somos por los demás y hoy se fue un pedazo mío que eras vos.